CAPIITALISMO MUNDIAL INTEGRADO Y REVOLUCION MOLECULAR
Guattari, Félix, "Plan sobre el Planeta, Capitalismo Mundial integrado y revoluciones moleculares" Prólogo: Anne Querrien Edición y notas Raúl Sánchez Cedillo, Editorial traficante de sueños, España, 2004. Texto Formato PDF Texto disponible en: http://www.traficantes.net
Este texto fue presentado como contribución a unas jornadas del CINEL en 1981 (publicado en castellano en el numero 1 de la revista Archipielago)
Índice Temático:-Los sistemas de producción, de expresión económica y de axiomatización del CMI.
-Las nuevas segmentaridades del CMI
-Nuevas maquinas de guerra revolucionarias, agenciamientos de deseo y lucha de clases.
Los sistemas de producción, de expresión económica y de axiomatización del CMI.
EL CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO puede ser definido como Capitalismo mundial integrado (CMI):
1. Porque sus interacciones son constantes con países que, históricamente, parecían habérsele escapado -los países del bloque soviético, China, los países del Tercer Mundo.
2. Porque tiende a que ninguna actividad humana, en todo el planeta, escape a su control.
Podemos considerar que el capitalismo ya ha colonizado todas las superficies del planeta y que lo esencial de su expresión reside actualmente en las nuevas actividades que pretende sobrecodificar y controlar.
Este doble movimiento, el de una extensión geográfica que se encierra sobre sí misma y el de una expansión mole- cular proliferante, es correlativo de un proceso general de des- territorialización. El Capitalismo mundial integrado (CMI) no respeta las territorialidades existentes; tampoco respeta los modos de vida tradicionales, como los de la organización social de aquellos conjuntos nacionales que parecen hoy en día firmemente establecidos. Recompone tanto los sistemas de producción como los sistemas sociales en sus propias bases, sobre lo que podríamos llamar su axiomática propia («axiomática» en contraposición, en este caso, a «programática»). En otras palabras, no hay un programa definido de una vez por todas: siempre es posible, en el contexto de una crisis o de una dificultad imprevista, agregar axiomas funcionales suplementarios o sustraer otros. Ciertas formas capitalistas parecen derrumbarse frente a una guerra mun- dial o una crisis como la de 1929, pero luego renacen bajo otras formas, encontrando otros fundamentos. Esta desterri- torialización y esta recomposición permanente atañen tanto a las formaciones de poder como a los modos de producción (prefiero hablar de formaciones de poder en lugar de relaciones de producción, noción demasiado restrictiva en relación con el tema aquí considerado). Abordaré el problema del Capitalismo mundial integrado desde tres puntos de vista:
1. El de sus sistemas de producción, de expresión econó- mica y de axiomatización del «socius».2. El de las nuevas segmentariedades que éste desarrolla:
a) en el ámbito transnacional, b) en el marco europeo y c)
en el plano molecular.
3. Por último, el de lo que denomino las máquinas de guerra revolucionarias, los agenciamientos de deseo y las luchas de clases, desde el punto de vista de sus objetivos, de sus referencias y de sus modos de acción.
Los sistemas de producción, de expresión económica y de axiomatización del CMI.
1. Sobre la evolución de los sistemas de producción del CMI seré breve e incluso esquemático, dado que este tema ya ha sido ampliamente desarrollado en otros lugares. Señalemos para empezar que hoy en día ya no sólo existe una división internacional del trabajo, sino una mundialización de la divi- sión del trabajo, una captura generalizada de todos los modos de actividad, incluidos aquellos que escapan formalmente a la definición económica de trabajo. Los sectores de actividad más «atrasados» y los modos de producción marginales, las actividades domésticas, el deporte, la cultura, etc., que hasta ahora no incumbían al mercado mundial, están cayendo, uno tras otro, bajo su dependencia.De este modo, el CMI integra el conjunto de sus sistemas maquínicos al trabajo humano, de tal suerte que se hace cada vez más difícil pretender dar cuenta de los valores económicos
únicamente a través de una noción cuantitativa de «trabajo socialmente necesario»; en la medida en que lo que resulta pertinente en la asignación de un trabajador a un puesto pro- ductivo no es sólo su capacidad de proporcionar un cierto tiempo de trabajo, sino el tipo de secuencia maquínica que va a introducir en el proceso de producción, (en la que inter- viene por supuesto, un trabajo físico, pero cada vez más relativo). De esta suerte, las reivindicaciones sindicales que apuntan a la disminución del tiempo de trabajo pueden vol- verse perfectamente compatibles con el proyecto de integra- ción del capitalismo; y no sólo compatibles; sino que incluso pueden ser auspiciadas, para que el trabajador pueda dedi- carse a actividades financieramente improductivas, pero económicamente recuperables. El ámbito de la integración maquínica ya no se limita únicamente a los lugares de pro- ducción, sino que se extiende también a todos los demás tipos de espacios sociales e institucionales -agenciamientos técnico- científicos, equipamientos colectivos, medios de comunicación de masas, etc. La revolución informática acelera considerable- mente este proceso de integración, que contamina también la subjetividad inconsciente tanto individual como social.
Esta integración maquínico-semiótica del trabajo humano implica, en consecuencia, que se tome en cuenta en el seno del proceso productivo la formación de cada trabajador no sólo en el ámbito de sus saberes -lo que algunos econo- mistas llaman el «capital de saber»-, sino también en el conjunto de sus sistemas de interacción con la sociedad y con el entorno maquínico; imbricando en este entorno tanto a las máquinas propiamente dichas, esto es, las máquinas técnicas, como a las máquinas semióticas y a las máquinas deseantes, que funcionan como software de los comportamientos sociales, de los tejidos urbanísticos, de todos los niveles de sensibilidad, de interiorización de los sistemas jerárquicos, etc.
2. La expresión económica del CMI, su modo de sometimiento semiótico de las personas y de las colectividades, no sólo atañe a una serie de sistemas de signos (como el sistema mone- tario, el bursátil, los aparatos jurídicos relativos al salario, a la propiedad, al orden público, etc.). Se apoya igualmente en sis- temas de servidumbre, pero en el sentido cibernético del tér- mino. Los componentes semióticos del capital funcionan siem- pre en un doble registro: el de la representación -donde los sistemas de signos son independientes y se encuentran distanciados de los referentes económicos- y el del diagrama- tismo -donde los sistemas de signos se concatenan[1] directa- mente con los referentes, como instrumentos de modulación, de programación, de planificación de los segmentos sociales y de los agenciamientos productivos. De este modo, el capital es mucho más que una simple categoría económica rela- tiva a la circulación de bienes y a la acumulación. Es una categoría semiótica que concierne al conjunto de los ámbitos de la producción y al conjunto de los niveles de la estratifi- cación de los poderes. El CMI se inscribe, en primer lugar, en el marco de las sociedades divididas en clases sociales, en clases raciales, burocráticas, sexuales, grupos de edad, etc., y en segundo lugar, en el seno del tejido maquínico proliferante. Su ambigüedad con respecto a las mutaciones maquínicas materiales y semióticas características de la situación actual reside en el hecho de que utilizan toda su potencia maquíni- ca, toda la proliferación semiótica de las sociedades industriales desarrolladas, al mismo tiempo que la neutralizan a través de sus medios de expresión económicos específicos.
El CMI favorece las innovaciones y la expansión maquínica sólo en la medida en que puede recuperarlas y consoli- dar los axiomas sociales fundamentales sobre los cuales no puede transigir: un cierto tipo de concepción del «socius», del deseo, del trabajo, del tiempo libre, de la cultura, etc.
3. Abordemos el tercer punto, que se refiere a la axiomatiza- ción del «socius» por el CMI. Ésta se caracteriza en el con- texto actual por tres tipos de transformaciones: de cercamiento, de desterritorialización y de segmentaridad.
El cercamiento. A partir del momento en que el capitalismo ha invadido el conjunto de las superficies económicamente explotables, deja de ser capaz de mantener el impulso expansionista que lo caracterizaba durante sus fases colonia- les e imperialistas. De este modo, su campo de acción queda cercado y esto le obliga a recomponerse constantementesobre sí mismo, sobre los mismos espacios, profundizando sus modos de control y de sometimiento de las sociedades humanas. Su mundialización, lejos de constituir un factor de crecimiento, corresponde de hecho a una reformulación radical de sus bases anteriores, que puede desembocar, tanto en una involución completa del sistema, como en un cambi de registro. El CMI tendrá que encontrar sus medios de expansión y de crecimiento, trabajando las mismas forma- ciones de poder, volviendo a transformar las relaciones sociales y desarrollando mercados cada vez más artificiales, no sólo en el ámbito de los bienes, sino también en el de los afectos. Propongo la siguiente hipótesis: la característica de la crisis actual -que en el fondo no es tal, sino más bien una gigantesca reconversión- es precisamente esta oscilación entre la involución de un cierto tipo de capitalismo que tro- pieza con su propio cercamiento y un intento de reestructu- ración sobre bases diferentes, que conduce al CMI a aceptar, tal cual, su finitud -en particular la de sus mercados- y la necesidad de redefinir permanentemente sus campos de aplicación -incluidos los espacios «socialistas», URSS, China, etc. En otros términos, le es necesario operar una reconversión decisiva, aunque esto implique liquidar com- pletamente sistemas anteriores, ya sea en el ámbito de la pro- ducción o en el ámbito de los compromisos nacionales, de la democracia burguesa, de la socialdemocracia, etc. Fin, pues, de los capitalismos territorializados, de los imperialismos expansivos, y tránsito a imperialismos desterritorializados e intensivos. Abandono de toda una serie de categorías socia- les, de sectores de actividad, de zonas básicas de implanta- ción y, por otra parte, remodelación, domesticación de las fuerzas productivas tendente a adaptarlas al nuevo modo de producción. Integración desterritorializada, que no es necesariamente incompatible con la existencia de regímenes diversificados y que puede incluso estimular esta diversifi- cación, a condición de que se establezca con arreglo a su axiomática segregativa.
La desterritorializacián del capitalismo sobre sí mismo es lo que Marx había denominado «la expropiación de la burguesía por la burguesía», pero esta vez a una escala muy diferente. El CMI no es universalista. No pretende generalizar la democracia burguesa sobre el conjunto del planeta, ni tampoco, por otra parte, un sistema dictatorial.
Pero requiere, sin embargo, una homogeneización de los modos de producción, de los modos de circulación y de los modos de con- trol social. Ésta es la única preocupación que le conduce a apoyarse en regímenes relativamente democráticos en algu- nos lugares e imponer regímenes dictatoriales en otros. De manera general, esta orientación tiene por efecto relegar las viejas territorialidades sociales y políticas o, por lo menos, despojarlas de sus antiguas fuerzas económicas. Pero esto sólo es posible si funciona a partir de una multicentralización de sus propios núcleos de decisión.
Hoy en día, el CMI no posee un centro único de poder. Incluso su rama norteamericana es policéntrica. Los centros reales de decisión están repartidos por todo el planeta. Y no se trata solamente de estados mayores económicos de «élite», sino también de engranajes de poder que se escalo- nan en todos los niveles de la pirámide social, desde el mana- ger al padre de familia. En cierto modo, el CMI instaura su propia democracia interna. No impone necesariamente deci- siones que vayan en el sentido de sus intereses inmediatos. Mediante mecanismos extremadamente complejos mantiene una «consulta» con los otros centros de interés, con los demás segmentos con los que debe componerse. Esta «nego- ciación» ya no es política en la acepción antigua. Introduce sistemas de información y de manipulación psicológica a gran escala, utilizando los medios de comunicación de masas. Hoy día asistimos, por ejemplo, a una especie de negociación inconsciente del CMI a propósito de las opcio- nes energéticas: petróleo, energía nuclear, nueva energía, etc.
La degeneración de las localizaciones concéntricas, de los modos de poder y de las jerarquías que se escalonan desde las aristocracias a los proletariados, pasando por las pequeñas burguesías, etc., no es incompatible con su man- tenimiento parcial. Sin embargo, ya no corresponden a los campos reales de decisión. El poder del CMI está siempre en otra parte, dentro de mecanismos desterritorializados. Esto hace que aparezcan hoy en día como algo imposible de aprehender, de localizar y de atacar. Esta desterritorializa- cíón engendra también fenómenos paradójicos como el hecho, por ejemplo, de que se desarrollen zonas de Tercer Mundo dentro de los países más desarrollados y que, inversamente, aparezcan centros hipercapitalistas desarro- llados en zonas de subdesarrollo.
El sistema general de segmentaridad. Hemos visto que el capitalismo, al no estar ya en una fase expansiva en el ámbito geopolítico, debe reinventarse sobre los mismos espacios, conforme a una especie de técnica de palimpsesto. Tampoco puede desarrollarse con arreglo a un sistema de centro y periferia, que transforma sincrónicamente. Actualmente, su problema consiste en descubrir nuevos métodos de consoli- dación de sus sistemas de jerarquía social. Se trata de un axioma fundamental: para mantener la consistencia de la fuerza colectiva de trabajo a escala planetaria, el CMI tiene que hacer coexistir zonas de superdesarrollo, de superenriquecimiento en beneficio de las aristocracias capitalistas - localizadas no sólo en los bastiones capitalistas tradicionales- y zonas de subdesarrollo relativo, e incluso verdaderas zonas de pauperización absoluta, de tal suerte que la pirámide social se vaya socavando por otro lado. Estos son los extremos entre los cuales puede establecerse una disciplinarización general de la fuerza colectiva de trabajo, así como una compartimentación, una segmentación de los espacios mundiales.
La libre circulación de bienes y de personas está reservada a las nuevas aristocracias del capitalismo. Todas las demás categorías de la población están condenadas a residir en algún rincón de un planeta que se ha convertido en una verdadera fábrica mundial, a la que son agregados campos de trabajo forzado o campos de exterminio a escala de países enteros (Camboya). De esta suerte, el CMI puede hacer coexistir una perspectiva de «progreso social» en las zonas ricas -mejoramiento de las condiciones de trabajo desde el punto de vista de la duración de la jornada y de la cantidad de relaciones humanas, etc. - y una verdadera política de exterminio de la fuerza colectiva de trabajo en otras regiones.
Esta segmentación social, esta segregación acondicionada a escala planetaria, es la consecuencia del fenómeno de cerca- miento del CMI. Si el CMI logra cohesionar todos estos seg- mentos, atravesar las disparidades instituidas por él y ser rey y señor de los más variados sistemas, ello ha de atribuirse a su desterritorialización y a su multicentralización. Esta redefini- ción no sólo afecta a las cuestiones económicas. El conjunto de la vida social es remodelado. En el este de Francia, donde de padres a hijos se vivía de la industria del acero, el CMI decide liquidar el paisaje industrial. De tal modo otro espa- cio será transformado en zona turística o en zona residencialpara las élites; se alteran los niveles de vida a escala de regiones enteras. Hemos podido comprobar hasta qué punto la instauración del Mercado Común Europeo ha reactivado los sentimientos nacionalistas corsos, vascos, bretones, etc. Nuevas interacciones, nuevos antagonismos surgen entre los segmentos del CMI y los agenciamientos humanos que tra- tan de resistir a su axiomatización y de reconstituirse sobre bases diferentes.
No enumero aquí todos los demás axiomas de segmenta- riedad que tienden a regir el conjunto de los agenciamientos moleculares -relaciones familiares, relaciones conyugales y domésticas, funciones de educación, de justicia, de asisten- cia, etc. Todos ellos se ensamblan para modificar y adaptar el modo de valorización de la vida social y económica. ¿Bajo que condiciones merece la pena seguir viviendo en tal sistema? ¿Qué ataduras inconscientes hacen que sigamos adhi- riéndonos a éste, a pesar de nosotros mismos?
Todos estos axiomas de segmentaridad están conectados entre sí. El CMI no sólo interviene a escala mundial, sino también en los ámbitos más personales. Inversamente, las determinaciones moleculares inconscientes no cesan de interactuar sobre componentes fundamentales del CMI.
Las nuevas segmentariedades del CMI
a) La segmentariedad transnacionalEl antagonismo Este/Oeste tiende a perder consistencia. In- cluso en las fases de tensión, dicho antagonismo adopta un giro artificial, de juego teatral. Esto responde a que lo esen- cial de las contradicciones ya no se sitúa en el eje Este/Oeste, sino más bien en el eje Norte/Sur; dando por hecho que, para el CMI, se trata siempre, a fin de cuentas, de asegurarse el control de todas las zonas que tienden a escapársele, y que existen Norte y Sur dentro de cada país. ¿Bastaría con decir, entonces, que la nueva segmentariedad descansa en eL «cruce» entre un fenómeno esencial, que sería una guerra permanente y larvada entre Norte y Sur, y un fenómeno secundario, el de las rivalidades Este/Oeste? A mi modo de ver ese enfoque sería insuficiente. La separación entre Tercer Mundo en vías de desarrollo (o incluso hiperdesarrollado: países productores de petróleo) y Tercer Mundo en vías de pauperización absoluta, en vías de exterminio, se ha vuelto un elemento permanente de la situación actual. Pero tam- bién intervienen otros factores. La oposición entre el capita- lismo transnacional multinacional y los grupos de presión internacionales, por un lado, y el capitalismo nacional, por el otro (una oposición que sigue el principio clasificador exclu- sivo de la mayor parte de los Partidos Comunistas locales), ha dejado de ser pertinente desde un punto de vista global, por más que puedan subsistir localmente. De hecho, todas estas contradicciones internacionales se organizan entre sí, se cruzan, desarrollando combinaciones complejas que no se resumen en sistemas de ejes Este/Oeste, Norte/Sur, nacional-/multinacional, etc. Proliferan como una especie de rizoma multidimensional, incluyendo innumerables singularidades geopolíticas, históricas, religiosas, etc. Nunca estará de más insistir en el hecho de que la axiomatización, la producción de nuevos axiomas en respuesta a esas situaciones específi- cas, no responde a un programa general, no depende de un centro conductor que dictaría esos axiomas. La axiomática del CMI no está fundada en análisis ideológicos, sino que forma parte integrante de su proceso de producción. En seme- jante contexto, cualquier perspectiva de lucha revolucionaria circunscrita a espacios nacionales, cualquier perspectiva de toma del poder político por medio de la dictadura del prole- tariado, parece cada vez más ilusoria. Los proyectos de trans- formación social están condenados a la impotencia si no se inscriben en una estrategia subversiva a escala mundial.
b) La segmentariedad europea
La oposición entre Este y Oeste dentro de Europa también habrá de evolucionar considerablemente en los próximos años. Lo que nos parecía un antagonismo fundamental se revelará quizás progresivamente «fagocitable», negociable a todos los niveles. Por consiguiente, nada de modelo germa- no-estadounidense, nada de retorno al fascismo de la pre- guerra, etc., sino más bien evolución por aproximaciones sucesivas hacia un sistema de democracia autoritaria de nuevo tipo. Los métodos de represión y control social de los regímenes del Este y del Oeste tienden a aproximarse mutuamente; un espacio represivo europeo de los Urales al Atlántico amenaza con reemplazar el actual espacio jurídico europeo. Y los partidos comunistas europeos no son los últi- mos en actuar en este sentido. Durante un tiempo ha podido pensarse que la desaparición relativa de la oposición Este- Oeste en Europa se vería acompañada por una intensifica- ción de la oposición entre la Europa del norte y la Europa del sur. Pero en esta dirección tampoco es probable que llegue- mos a una nueva guerra de Secesión. Aquí el CMI adapta una vez más su segmentariedad económica y social en refe- rencia a una estrategia esencialmente mundial. Por otra parte, las amenazas secesionistas dentro de los países de Europa del este, considerablemente reforzadas por el pro- blema polaco, estimularán a los dirigentes occidentales y soviéticos a negociar un nuevo status quo, un nuevo Yalta.
c) La segmentariedad molecularEn los espacios capitalísticos [2] encontramos constantemente dos tipos de problemas fundamentales:
- las luchas de interés, económicas, sociales, sindicales en
el sentido clásico;
- las luchas relativas a las libertades, que podríamos agrupar junto con las de deseo, los cuestionamientos de
la vida cotidiana, del medio ambiente, etc., en el registro de la revolución molecular.
Las luchas de interés, las cuestiones del nivel de vida, continúan siendo portadoras de contradicciones esenciales. No se trata, en ningún caso, de subestimarlas; sin embargo, pode- mos plantear la hipótesis de que, a falta de una estrategia global, estas reivindicaciones darán pie cada vez más a su propia recuperación, a su integración por parte de la axio- mática del CMI. No conducirán jamás por sí mismas a una verdadera transformación social. No volveremos a asistir a enfrentamientos del tipo europeo de 1848, de la Comuna de París o del 1917 en Rusia; nunca más asistiremos a una rup- tura neta, de clase contra clase, que inicie la redefinición de un nuevo tipo de sociedad. En caso de conflicto grave, el CMI está en condiciones de poner en marcha una especie de plan Orsec[3] internacional y un plan Marshall permanente. Los países europeos, Japón y EE.UU. pueden subvencionar a fondo perdido, y durante un buen período, la economía de un bastión capitalista en peligro. Se trata de la supervivencia del CMI, que funciona, en este caso, como una especie de compañía internacional de seguros, capaz, tanto en el plano económico como en el plano represivo, de hacer frente a las vicisitudes más difíciles.
Entonces ¿qué va a ocurrir? ¿Desembocará la crisis actual en un nuevo status quo social, en una normalización «a la alemana», en una guetización de los marginales, en un Estado del Bienestar generalizado, acompañado del acon- dicionamiento parcial de algunos nichos de libertad? Es una posibilidad, aunque no la única. En cuanto abandona- mos los esquemas simplificadores, nos damos cuenta de que países como Alemania o Japón no están exentos de grandes trastornos sociales. Sea como fuere, parece que, por lo menos en Francia, la situación evoluciona hacia una liqui- dación del equilibrio social que, desde hacía varias décadas, se manifestaba en términos de una relativa paridad entre las fuerzas de izquierda y las fuerzas de derecha. Nos orienta- mos hacia una ruptura del tipo: un 90 por cien de una masa conservadora amedrentada, embrutecida por los medios de
comunicación de masas y un 10 por cien de minoritarios más o menos refractarios. Pero si abordamos este problema desde un punto de vista distinto, no sólo en lo que atañe a las luchas de interés, sino también en el plano de las luchas moleculares, entonces el panorama cambia. Lo que aparece en esos mismos espacios sociales, aparentemente encasillados y aseptizados, es una especie de guerra social bacteriológica, algo que ya no se afirma con arreglo a frentes de lucha claramente delimitados -frentes de clase, luchas reivindicativas-, sino en forma de trastornos moleculares difí- ciles de aprehender. Distintos tipos de virus de esta índole están trabajando en el cuerpo social en relación con el con- sumo, con el trabajo, con el tiempo libre, con la cultura, etc.: autorreducciones, cuestionamiento del trabajo, del sistema de representación política, radios libres, etc. En la subjetividad consciente e inconsciente de los individuos y de los grupos sociales, no dejarán de aparecer mutaciones de conse cuencias imprevisibles.
Nuevas máquinas de guerra revolucionaria, agenciamientos de deseo y lucha de clases¿Hasta dónde podrá llegar esta revolución molecular? ¿No está condenada, en el mejor de los casos, a vegetar en guetos «al estilo alemán»? ¿El sabotaje molecular de la subjetividad social dominante se basta a sí mismo? ¿Debe la revolución molecular establecer alianzas con fuerzas sociales del ámbito molar (global)? La tesis principal que aquí se sostiene es que los axiomas del CMI -cercamiento, desterritorializa- ción de los antiguos espacios nacionales, regionales, profe- sionales,etc., multicentralización, nuevas segmentarida- des- jamás lograrán terminar con ella. Los recursos del CMI tal vez sean infinitos en el orden de la producción y de la manipulación de las instituciones y de las leyes. Sin embar- go, se enfrentaron y se enfrentarán de un modo cada vez más violento con un verdadero muro o más bien con una maraña de hostigamientos infranqueables en el terreno de la economía libidinal de los grupos sociales. Esto se desprende del hecho de que la revolución molecular no sólo tiene que ver con las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres,homosexuales y heterosexuales, niños, adultos, etc. Interviene también y ante todo en las mutaciones productivas en cuanto tales. La revolución molecular es portadora de coeficientes de libertad inasimilables e irrecuperables por el sistema domi- nante. Esto no significa que dicha revolución molecular sea automáticamente portadora de una revolución social capaz de dar a luz una sociedad, una economía y una cultura libe- radas del CMI. ¿No fue acaso una revolución molecular la que sirvió de fermento al nacional-socialismo? De aquí puede desprenderse lo mejor y lo peor. La conclusión de este tipo de transformaciones dependerá esencialmente de la capacidad que tengan los agenciamientos explícitamente revolucionarios para articularlas con las luchas de interés, políticas y sociales. Ésta es la cuestión esencial. De no producirse esa articulación: ninguna mutación de deseo, ninguna revolución molecular, ninguna lucha por espacios de libertad logrará impulsar transformaciones sociales y económicas a gran escala.
¿Cómo imaginar, entonces, máquinas de guerra revolu- cionaria de nuevo tipo que logren injertarse, al mismo tiempo, en las contradicciones sociales manifiestas y en esta revolución molecular?
La actitud de la mayoría de los militantes profesionales con respecto a estos problemas consiste a menudo en reco- nocer la importancia de esos nuevos terrenos de contestación, pero enseguida añaden que nada positivo se puede espe- rar de ellos por el momento: «Es necesario que hayamos alcanzado primero nuestros objetivos políticos, antes de poder intervenir en cuestiones como la vida cotidiana, la escuela, la relación entre grupos, la convivencia, la ecología, etc.»
Casi todas las corrientes de izquierda, de extrema izquierda, de la autonomía, etc., -esto era manifiesto en Italia en el período de 1977-, convergen en esta posición. A su manera, cada uno está dispuesto a explotar los «nuevos movimientos sociales» que se han desarrollado desde la década de 1960, pero nadie plantea el problema de forjar instrumentos de lucha realmente adaptados a estos movi- mientos. En cuanto se trata de entrar en este universo vago
de los deseos, de la vida cotidiana, de las libertades concre- tas, una extraña sordera y una miopía selectiva aparecen en los portavoces «oficiales». Les produce pánico la idea de que un desorden pernicioso pueda contaminar las filas de sus organizaciones. Los maricas, los locos, las radios libres, las feministas, los ecologistas... en el fondo les resulta un poco sospechoso. En realidad, esta perturbación proviene del hecho de que lo que con ello se ve amenazado es su persona de militante, su funcionamiento personal; no sólo sus con- cepciones en materia de organización, sino también sus «inte- reses» afectivos en un determinado tipo de organización.
Todo el problema reside en que estas organizaciones son asimilables, en mayor o menor grado, a los equipamientos del poder. Con independencia del hecho de que aquellos que las animan se declaren de derecha o izquierda, funcionan con el mismo sentido del conformismo. Trabajan al objeto de que los procesos moleculares entren en conformidad con las estratificaciones globales (molares). La verdad es que el sis- tema del CMI se alimenta precisamente de este tipo de equi- pamiento de poder. Las economías occidentales no podrían funcionar hoy en día sin los sindicatos, los comités de empresa, las mutualidades, los partidos de izquierda y, quizás también..., los grupúsculos de extrema izquierda. No se puede, pues, esperar gran cosa por ese lado. Al menos en Europa, porque en países como los de América Latina, por ejemplo, puede que este tipo de formación tenga todavía que cumplir una función importante. Aunque también allí los problemas relativos a la revolución molecular se plantearán, sin duda, con una agudeza cada vez mayor (problemas raciales, problemas de la mujer, problemas de las poblacio- nes marginales, etc.). Toda clase de compromisos, de combi- naciones reformistas seguirán gestándose. Toda clase de manifestaciones simbólicas o violentas seguirán animando la actualidad, pero nada de ello nos acercará a un verdadero proceso de transformación revolucionaria.
Llegados a este punto, nos enfrentamos a la lancinante pregunta: ¿cómo «inventar» nuevos tipos de organización capaces de actuar en el sentido de esta confluencia, de este cúmulo de efectos de las revoluciones moleculares, de las luchas de clases en Europa y de las luchas de emancipación en el Tercer Mundo, organizaciones capaces de responder caso por caso, cuando no golpe por golpe, a las transforma- ciones segmentarias del CMI (una de cuyas consecuencias es, precisamente, que ya no se pueda seguir hablando de masas indiferenciadas)? ¿Cómo conseguirán estos agenciamientos de lucha -a diferencia de los tradicionales- dotarse de los medios de análisis que les permitan no verse sorprendidos ni por las innovaciones institucionales tecnológicas del capitalismo, ni por los brotes de respuesta revolucionaria que los trabajadores y las poblaciones sometidas al CMI experimen- tan en cada etapa? Nadie puede definir hoy en día lo que serán las formas futuras de coordinación y organización de la revolución molecular, pero lo que parece evidente es que implicarán -como premisa absoluta- el respeto de la auto- nomía y de la singularidad de cada uno de sus segmentos. Desde ahora queda claro que la sensibilidad de estos seg- mentos, su grado de conciencia, sus ritmos de acción, sus justificaciones teóricas no coinciden. Parece deseable e incluso esencial que no coincidan jamás. Sus contradiccio- nes, sus antagonismos, no deberán ser «resueltos» ni por una dialéctica imperativa, ni por aparatos de dirección que los dominen y opriman.
Entonces, ¿qué formas de organización? ¿Algo vago, poco definido? ¿Un retorno a las concepciones anárquicas de la belle époque? No necesariamente, e incluso diría que seguramente no. Desde el momento en que este imperativo de respeto de los rasgos de singularidad y heterogeneidad de los diversos seg- mentos de luchas se pusieran en marcha, sería posible des- arrollar, sobre objetivos delimitados, un nuevo modo de estructuración -ni vago ni demasiado fluido. Al igual que la revolución social, las realidades a las que se enfrenta la revo- lución molecular son difíciles; requieren la constitución de aparatos de lucha, de máquinas de guerra revolucionaria efi- caces. Sin embargo, para que tales organismos de decisión lleguen a ser «tolerables» y no sean rechazados como injer- tos nocivos, es indispensable que no comporten ninguna «sistemocracia», tanto en el plano inconsciente como en el plano ideológico manifiesto. Muchos de aquellos que han experimentado el carácter pernicioso de las formas tradi- cionales de la militancia, se contentan hoy con reaccionar de manera sistemática a cualquier forma de organización e incluso frente a cualquier persona que pretenda asumir la presidencia de una reunión, la redacción de un texto, etc. Desde el momento en que la preocupación principal y per- manente ha pasado a ser la de una auténtica confluencia entre las luchas globales (molares) y moleculares, el proble- ma de la construcción de organismos no sólo de información, sino también de decisión, se plantea bajo una nueva luz -a escala global, a escala de la ciudad, de la región, de un sector de actividad, a escala europea e incluso más allá. Con todo lo que ello puede acarrear en cuanto a rigor y disciplina de acción, aunque respondiendo a métodos radicalmente dis- tintos de los utilizados por los socialdemócratas y por los bol- cheviques, esto es, no programáticos, sino diagramáticos.
Qué más decir acerca de esta complementaridad -y no sólo coexistencia pacifica- entre:
- Un trabajo analítico-político relativo al inconsciente social.
- Nuevas formas de luchas por las libertades.
- Las luchas de las múltiples categorías «no garantizadas», marginalizadas por la nueva segmentaridad del CMI.
- Las luchas sociales más tradicionales.
Los pocos esbozos que han surgido en este sentido, a partir de la década de 1960 en Estados Unidos, en Italia, en Francia, etc., difícilmente podrían servir de modelo. Sin embargo, no avanzaremos en la reconstrucción de un verdadero movi- miento revolucionario sino a través de múltiples y sucesivas aproximaciones de este tipo, parciales y llenas de altibajos. Desde esta perspectiva, debemos prepararnos para los encuentros más imprevistos, a la entrada en escena de per- sonajes totalmente sorprendentes como el juez Bidalou o el humorista Coluche, al desarrollo de técnicas subversivas todavía inimaginables, en particular en el dominio de los media y de la informática
Los movimientos obreros y los movimientos revoluciona- rios, en todos los planos, están lejos aún de haber comprendi- do la importancia del debate sobre todas estas cuestiones de organización. Les vendría bien ponerse al día siguiendo la escuela del CMI, que por su cuenta se ha dotado de los medios para forjar nuevas armas, para afrontar los trastor- nos que engendran sus reconversiones y su nueva segmen- tariedad. El CMI no recurre a expertos sobre estos asuntos. No los necesita. Le basta con una práctica sistemática. Sabe lo que es la multicentralización de las decisiones. No le supone el menor problema el hecho de no disponer de un estado mayor central, ni de una supercomisión política para orien- tarse en situaciones complejas. (Aunque haga creer en la existencia de estados mayores; de ahí el mito orquestado torno a la famosa «Comisión Trilateral». Deja creer que «por ahí va la cosa», que ahí es donde hay que apuntar, mientras los verdaderos «actores», los verdaderos centros de decisión, están en otra parte).
Mientras nosotros mismos sigamos dominados por una concepción de los antagonismos sociales que ya no tiene mayor relación con la situación presente, seguiremos cami- nando en círculo en nuestros guetos, nos mantendremos indefinidamente a la defensiva, incapaces de apreciar el alcance de las nuevas formas de resistencia en los campos más diversos. Antes que nada, se trata de darse cuenta de hasta que punto estamos contaminados por los engaños y trampas del CMI. La primera de estas trampas es el senti- miento de impotencia que conduce a una especie de «aban- dono» a las fatalidades del CMI. Por un lado, el Gulag; por el otro, las migajas de libertad del capitalismo y, aparte de eso, aproximaciones confusas hacia un vago socialismo del que no se ven ni el inicio de sus primeros pasos, ni sus verdaderas finalidades. Ya seamos de izquierda o de extrema izquierda, ya seamos políticos o apolíticos, tenemos la impresión de estar encerrados en el interior de una fortaleza o, más bien, de una red de alambre de espino que se des- pliega no sólo sobre toda la superficie del planeta, sino tam- bién en todos los rincones del imaginario. Y, sin embargo, el CMI es mucho más frágil de lo que parece y, por la naturaleza misma de su desarrollo, está destinado a fragilizarse cada vez más. Sin duda, en el futuro, el CMI logrará resolver toda- vía innumerables problemas técnicos, económico de control social
Pero la revolución molecular se le escapará progre- sivamente. Otra sociedad está gestándose desde hoy mismo en los modos de sensibilidad, en los modos relacionales, en los vínculos con el trabajo, con la ciudad, con el medio ambiente, con la cultura, en una palabra, en el inconsciente social. En la medida en que se vea sobrepasado por esas olas de transfor- maciones moleculares, cuya naturaleza y contorno se le esca- pan, el CMI se endurecerá. Éste es el sentido del temible recru- decimiento reaccionario en París, Roma, Londres, Nueva York, Tokio, Moscú, etc. Sin embargo, los cientos de millones de jóvenes que hacen frente a lo absurdo de este sistema en América Latina, en Asia, en África, constituyen a su vez una ola portadora de otro futuro. Los neoliberales de todo pelo se hacen dulces ilusiones si piensan realmente que las cosas se arreglarán por sí solas en el «mundo feliz» capitalista. Cabe conjeturar razonablemente que las pruebas de fuerza revo- lucionaria irán desarrollándose en las próximas décadas.
. Nos corresponde a todos apreciar en qué medida -por pequeña que sea-cada uno de nosotros puede trabajar para la puesta al día de máquinas revolucionarias políticas, teóricas, libidinales y estéticas que puedan acelerar la cristalización de un modo de organización social menos absurdo que el que sufrimos hoy en día.
[1] Una concatenación es, por regla general, un encadenamiento de cau-
sas y efectos, para Félix Guattari, sin embargo, este encadenamiento se desarrolla en un espacio de múltiples dimensiones, lo que le da la forma de una aprehensión de los flujos de deseo. [N. del E.]
[2] 2 Guattari prefiere el sufijo «ístico» en lugar de «ista», ya que considera
necesario crear un término que pueda designar no sólo a las sociedades calificadas como capitalistas, sino también a sectores del llamado
«Tercer Mundo» o del capitalismo «periférico», así como a las denomi- nadas economías socialistas de los países del Este, que viven en una especie de dependencia y contradependencia del capitalismo. A juicio de Guattari, tales sociedades funcionarían con arreglo a una misma polí- tica del deseo en el campo social, esto es, con un mismo modo de pro- ducción de subjetividad y de relación con el otro (Observación de Suely Rolnik, recogida en [Félix Guattari, Suely Rolnik, Cartografías], de próxi- ma publicación en esta colección).
[3] Plan ORSEC (organización de auxilio), plan de la administración francesa de actuación en caso de catástrofes naturales, medioambientales o nucleares, iniciado como rúbrica genérica en 1952, posteriormente ha sido
la base de múltiples planes de auxilio especializados. [N. del E.]
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